viernes, 30 de octubre de 2009

Los entresijos de la mar


Recogía con desdicha la redes de su barca, ausentes de peces como consecuencia de una escasa captura. Su piel, saturada de arena y sal, desvelaba que no era nuevo en el oficio, que sus ojos estaban llenos de atardeceres junto a las olas, allá en el horizonte que se contempla desde la orilla de la playa los días que amaina el temporal.

Aquella mañana me senté a su lado, me gustaba hablar con él. Hombre de pocas y acertadas palabras, con tatuajes en el brazo y cigarro en la boca tras regresar de faenar. Impasible me guiñó el ojo en forma de “buenos días”, asentí y me ofrecí a prestarle la ayuda que siempre rechazaba, pues sólo él tocaba sus redes, costumbres de marineros.

Comenzó a contarme, mientras proseguía sus quehaceres, la historia de una mañana de invierno, exactamente la del uno de noviembre de 1755. Aquella jornada la mar -siempre se refería usando el género femenino- se despertó revoltosa. Relataba que quiso entrar en la ciudad, en Cádiz, e inundar cada una de sus calles, de hecho, así lo hizo. El espanto entre los gaditanos fue tremendo, un maremoto que se originó en el Atlántico, en concreto por el Cabo de San Vicente, y que había destruido prácticamente Lisboa, se cebaba también con el Golfo de Cádiz.

Sin pensarlo, me dijo, cuatro o cinco marinos acompañados de un párroco se echaron a la calle, portaban entre sus brazos una escultura de la Virgen de la Palma. “Hasta aquí llegaste”, gritó al parecer uno de ellos a las aguas que se ceñían sobre la costa. “Nosotros vivimos de lo que tú nos das, así que si quieres estar aquí será mejor que te quedes donde estabas”. Ante ese alarde de valentía que mostraron los pescadores, la mar retrocedió de forma bondadosa hasta la playa de la Caleta, y allí se quedó conviviendo con sus paisanos para siempre.

Atónito ante el relato, le pregunté por qué acababa de narrar dicha leyenda. “No es ficción lo que has escuchado, ocurrió de verdad”, replicó en un tono seco. “La gente no entiende, prosiguió, por qué la mar es nuestra pasión y condena, siempre nos quejamos de ella, sin embargo, en tierra no somos nada, nos sentimos fuera de lugar, quizás es debido a que mi sitio se encuentra en altamar”.

Lo curioso, continuó, es “que son las personas quienes hacen de ella un lugar inhóspito”. Empresarios corruptos que mandan a un atunero hasta aguas internacionales para enriquecerse, por dos pesetas, de lo que pesquen. Un Ministerio de Defensa tan incompetente como el Gobierno y su corrupta oposición, que prefiere estar en Afganistán antes que con los trabajadores. Y una población que se muere de hambre mientras sus piratas portan ametralladoras y arremeten contra gente obrera en lugar de secuestrar a sus dirigentes. Estos son el auténtico peligro, al igual que los petroleros en pésima condiciones que se pasean y vierten sus fluidos por lo largo y ancho del planeta, sin mencionar, mejor, como los dirigentes miran hacia otro lado cuando las pateras no llegan a su destino.

“Por ello”, finalizaba con indignación, “no vendría mal otro maremoto que quitara de la tierra a tanta gentuza, entretanto esperaré mi deseo en la mar, que comienzo a comprender porque la considero mi hogar”.

lunes, 26 de octubre de 2009

Un adiós sin despedida


La última conversación fue entrecortada, a través de un móvil que se quedaba sin cobertura al pasar por un túnel. Nos despedíamos así, sin un abrazo, sin un “cuídate colega, pronto volveremos a vernos”, diez años de amistad y ni siquiera sabíamos qué decir.

Sus fotos recientes, además, se alejan mucho del aspecto que ha solido lucir habitualmente, el pelo rapado ha sustituido a su pronunciado flequillo que se peinaba hacia bajo; y la barba, a la cual nos tenía acostumbrado, ya no habita en su cara. Se marcha como última salida, cansado de una vida que pasaba sin pena ni glorias, donde cada día era idéntico al anterior. Atrapado en el tiempo, en una ciudad dormida y con ilusiones muy vagas, recordando aquel “Día de la marmota”.

En cada tienda de Cádiz había depositado su currículo, ansioso con abrir esa puerta que facilitara su futuro, y que le diera un respiro económico para conseguir los carnets de conducir que deseaba. Entre su pos para quedarse se encontraba un sobrino recién nacido, que le había despertado un cariñoso instinto paternal, también su novia. Así como unos amigos que siempre han dependido de él, pues es el pilar básico de una pandilla que lucha por seguir unida.

Los lunes, curiosamente, era el único día que no estaba al sol. Los pasaba descargando los barcos del puerto, pesadas cajas que le reportaban un suspiro en su cuenta bancaria. Insuficiente sin duda, pero muy necesario. El Bachillerato que tanto le costó finalizar -por pereza más que por ignorancia- no aportó más opciones a su camino, tampoco el grado superior de diseños de interiores, ya que la crisis inmobiliaria le dejaba un camino de rosas al paro depredador que se ciñe sobre los jóvenes.

“Ministerio de Defensa”, lucía un folleto que recogió y miraba con interés. La persona más pacífica del mundo enrolado en las Fuerzas Armadas, curiosos -sin duda- los caprichos del destino. Con decisión optó por un mundo no hecho a su medida, pero que podía sobrepasar para llegar a su meta. Una alternativa que le lleva hasta Galicia, en la otra punta de la Península, siendo Juan una cifra más del porcentaje de chavales que en Cádiz sólo les queda emigrar.

De nuevo le faltó la sonrisa a esta ciudad, una vez más su lema era inoportuno. No eran risas lo que lucían nuestros rostros mientras preparaba su equipaje, y sí rabia, pues con él se iba una mitad de nosotros. Camino del Puente Carranza, rodeado de mar por ambas lados, echaba la vista atrás. Él que siempre afirmó que en Cádiz es donde mejor se vive tendría la desdicha de comprobar lo que dijo.

sábado, 24 de octubre de 2009

La risa y el llanto


Rondaba el verano del 2006, fecha ideal para una ciudad costera, la cual vive del turismo y el mar. Por aquel entonces, la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, presentó una nueva marca turística con la que presentar al mundo el enclave gaditano: “Cádiz, la ciudad que sonríe”, fue el lema elegido para resumir en una frase el carácter “alegre” que, según ella, siempre tienen los gaditas.

Sobrados de chovinismo y ausentes de sensatez, los representantes del pueblo organizaron una gala para alardear de la sonrisa celeste que acompañaría siempre al nombre de la ciudad. Un lugar donde la gente es hospitalaria, amable y atenta con el extranjero y donde, curiosamente, casi 14.000 parados se tumban cada lunes al sol.

Un rinconcito donde se ríe lo justo a final de mes y en el que se ha demostrado, una vez más, la poca empatía que siente la clase política con aquellos que les dieron su confianza en las urnas.
“Aquí son distintos”, ha destacado siempre la santanderina para defender el acierto de la campaña publicitaria, obviando sin escrúpulos las personas que -con la clausura de su fábrica, la falta de barcos, el despido de sus empleos y los incontables cierres de muchos negocios- se han visto destinados a formar parte de las interminables listas del INEM.

La gracia y el carnaval han salido una vez más de su ámbito, obviando los obreros que tragan saliva ante la imposibilidad de acceder a un trabajo, y que -únicamente- son representados por cifras y porcentajes en las listas de desocupación laboral. Gaditanos sin mar donde faenar y puerto donde no atracan los barcos, despedidos por multinacionales -como Altadis o Delphi- sin escrúpulos que buscan su terreno en otro lugar más barato. Paisanos con nombres y apellidos, que reflejarán sus vivencias personales en este blog, relatos humanos de los Juan, Antonios y Manolos que residen en la Bahía o han tenido que emigrar.

Cádiz no es sólo La Pepa, 1812, bicentenario y segundo puente, no se resume en el arte la guitarra y los piropos a la Caleta, ni en los chistes bien contado en la arena de la playa. Esta tierra es mucho más. Es obrera, humilde y soñadora, y por supuesto también llora, pues quien no llora no mama y en Cádiz, ya se sabe, hay que mamar.