lunes, 19 de abril de 2010

Tragando saliva

Cuenta mi amigo Pablo que él solamente quería escuchar la palabra de Dios, su Dios. Era su única intención. Me lo dijo más cansado que indignado. Comentaba que en su templo se habla poco de la Biblia y mucho de política, que a veces parece que es Rajoy -en vez de un cura- quien lleva a cabo la misa.

Me insistía y repetía que a la Iglesia iba exclusivamente a rezar, pues para hablar del aborto y los homosexuales ya están las tertulias de los bares.

Lo dijo él, Pablo. Un joven con fe verdadera, uno de los pocos chavales que aún no ha renunciado a sus creencias por culpa de la patanería e incompetencia de quienes son dirigidos desde el Vaticano. Un creyente de verdad, de los pies a la cabeza.

Le achacaba el sacerdote la ausencia de “cristianos auténticos”. De los que se dan golpes en el pecho, de los que comulgan los domingos y andan jodiendo al prójimo el resto de la semana. De los que gustan al clero.

Curioso –pensé- que le recriminen esto a mi colega. Un tío que sería capaz de colarse en el seno del Partido Comunista recitando a gritos cada uno de los versos que componen el Ave María. Pero no lo hace, pues con sus ideas no pretende molestar a nadie.

Aunque te duela, Pablito, la rancia jerarquía eclesiástica sigue jodiendo como lo ha hecho a lo largo de la historia. Te hablo de jerarquía, amigo, ya que en esa familia existen ejemplos de verdadero humanismo. Y sería muy injusto introducir a todos en el mismo saco.

Pero algo falla. Es intolerable que personas como el cardenal Tarcisio Bertone tenga la desfachatez de relacionar la pederastia con la homosexualidad, descartando dicho vínculo del celibato. Nadie le enseñó a esta obsoleta autoridad que en ocasiones lo más digno es pedir disculpas y tragar saliva.

Saliva que han tenido que tragar durante décadas los homosexuales de este país, acusados por vagos y maleantes. Condenados por amar, el sentimiento más puro que promulgó y extendió Jesús durante su vida.

Saliva que también traga cualquier mujer –independiente de la edad- cuando toma la decisión de abortar, siendo juzgada por personas que observan el acto desde fuera. Cómo si fuese poco el dolor y remordimiento que sienten tras su determinación.

Saliva de los campesinos que aportaban el diezmo, de los herejes, de los niños que perdieron la infancia asfixiado por el olor a sotana. Saliva del pueblo chileno, argentino, español o dominicano, que miraban y acataban la unión entre milicia y religión.

Saliva que, incluso, tragará el de Nazaret cuando observa que tras predicar austeridad y solidaridad lo sacan -en plena crisis- rodeado de oro y lujos materiales. Mientras sus hermanos, aquellos por los que murió en la cruz, continúan viviendo en la miseria.

Saliva de los míos. De aquellos que no pudieron hacer el amor ni usar un condón por ser “inmoral”. De los que tuvieron que tragar como pronto tragará el Vaticano por su intolerancia pasada y actual, sufriendo por castigo el desconocimiento del placer que se siente cuando te despiertas junto a la persona que quieres.

La Iglesia de antaño o de ahora, en definitiva los mismos perros de siempre, salvo que portan distinto collar.