viernes, 24 de septiembre de 2010

El chico de pelo rizado




“No te atreves”, dijo con voz desafiante. Maldita mi suerte y esa incitante frase, pensé. Otro lío más, no sé cuantos van ya. Discusión, castigo y cabreo, la misma relación de sucesos a la que empiezo acostumbrarme. ¿Qué quieren que les diga? ¿Qué no? Si en el fondo es divertido.

Inmaduro, pasota, egoísta… lo de siempre, el discurso inquebrantable. Aquel que entra por un oído y al instante sale por el otro.

Una noche más llegaré a mi casa, allí me esperarán con la cara larga, deseosos de una replica para contraatacar con un golpe. Pero no, tengo dignidad. Agacho la cabeza, asiento y voy directo a mi cuarto, no soy un caradura.

“Cuando vas a centrarte”, me dicen. No por ahora, reflexiono, aunque no me atrevo a decirlo en voz alta. “Estudia, ayuda a tu padre, lee, ve alguna película”, repiten una y otra vez. ¿Por qué? Si me aburre. Quieren convertir sus valores en los míos, no me apetece, no quiero. Soy más sencillo, mi eterna inocencia se traduce en verla cada tarde abajo en la plazoleta. En joder con una gamberrada al vecino pesado de siempre. Ese que me prohíbe jugar con un balón, pues el muy flojo se ve con más derecho a dormir tres horas de siesta. Sí, el pesado de bigote. El que me habla de valores, me riñe y mira por encima del hombro mientras de puerta para adentro es un cabrón con su mujer.
¿A mí vas a darme lecciones? Al menos me tiemblan las piernas cuando ella me mira y se ríe. Cuando de su boca sale un dulce “estás loco” tras dar un pelotazo en la ventana de tu cuarto.

Que si sólo quiero videoconsola e Internet. ¿Qué sabrán ellos? En la tele los de siempre, todos saben más que yo: “antes a mi generación le bastaba un trompo y tres estampas, nos divertíamos con menos, en cambio los niños de hoy en día…”, afirman. Pues ya serías tonto, colega, para pasar los días bailando un trompo. Ahora comprendo la herencia que me estáis dejando. Un país hundido en la miseria, una Universidad a la que no podré acceder por cuestiones económicas, un pésimo sistema educativo en el que estudio para aprobar, pues nada aprendo, paro y cambio climático. Una mierda, vaya.

Encima el viejo fascista que se sienta en el banco que usamos de portería me llama niñato, y me obliga a guardarle respeto por el hecho de ser mayor. “Cállate”, le digo, para dos días que te quedan y vives amargado. En mi clase hay un negro, tres gitanos y dos homosexuales. Todos nos tratamos igual. Eso es tolerancia y no lo que tú proclamas.

Pues eso, amigo, que me atrevo. Ojalá siempre sea así y nunca me entre miedo, que nunca se agote mi infinito valor y me convierta en uno de ellos. Un espíritu rebelde, con causa o sin ella, y al que no le guste… ya lo dijo Maradona: Qué la chupe, que la siga chupando…