lunes, 14 de marzo de 2011

Cuando hablamos

De repente me vi allí. Sentado en aquel banco. Sujetando sus manos heladas y contemplando la mirada más bonita que jamás había imaginado. Sus labios hablaban del miedo. Del temor a que resonara en la calle un estrépito ruido que rompiese el monótono silencio que envuelve a la noche.

Contaba la represión que llevaron a cabo aquellos que fueron cohibidos. Nunca aprendieron que en la vida no existen vencedores ni vencidos, sino personas halladas en un contexto diferente. Aquel rencor desembocaba en el uso de un idioma como arma política en vez de elemento cultural. Una lengua que trajo marginación, complejos y la pérdida de algún puesto de trabajo ante el desconcierto del castellano parlante.

Narraba sus años, y a la vez, la historia de un país que estuvo en guerra. Recordaba el fuego de los cajeros, la violencia en la calle, los cristales rotos. El afán y el deseo de imponer más fronteras en un mundo libre, que anhela el fin de los aranceles y la caída de cualquier muro de Berlín. Aquí o en Gaza.

Asumía, sin comprender, el papel de los terroristas. De la mal llamada izquierda y del oportunismo en tiempos de elecciones. Cuando se nada a contracorriente. Y aún así -a pesar de que quisieron acallar su voz- de su infinita belleza nacía la libertad para afirmar que ella era lo que quisiera. Española y vasca, o al revés. Como le diese la gana y sin que nadie mandara en su decisión.

En cambio yo, gaditano y andaluz, tuve por vida el océano y el sol. Además de la pobreza, mucha pobreza. De la tierra donde señoritos y terratenientes escupían en los derechos de los jornaleros que a pan y agua vivían. Marineros de bajamar, que robaban en el Atlántico el sustento de sus familias. Parados que cortan puentes. Y por estrépito ruido: el de la guitarra, el cante y el arte.

Que cuando tú y yo hablamos me sobran Sabino Arana y Blas Infante. Dioses que creen haber inventado una patria. Que cuando tú y yo hablamos… hablan los pueblos, el tuyo y el mío. Habla Carlos Cano, Pío Baroja, Picasso y su Guernica. Mi madre, que también vino a Euskadi. Habla el emigrante andaluz y el obrero vasco. Habla tu lluvia y mi sequía, tus montañas y mis dunas. Tu hermoso paisaje verde y mis envidiables vistas celestes.

Si nos miramos al espejo nada tenemos que ver con una España que nos marginó. O quizás, precisamente, ese es el factor de unión que envuelve a los territorios de este injusto país. Todos fuimos oprimidos, maltratados y tuvimos que perdonar para conseguir vivir en paz.

Que cuando tú y yo hablamos, miro los ojos que me recuerdan al azul del mar sobre el que te hablé. Que cuando tú y yo hablamos sólo puedo decirte que más miedo da el no verte que las bombas y los cristales rotos. Y que cambio –sin pensarlo- el calor de mi tierra por la frialdad de tus manos.

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