lunes, 26 de octubre de 2009

Un adiós sin despedida


La última conversación fue entrecortada, a través de un móvil que se quedaba sin cobertura al pasar por un túnel. Nos despedíamos así, sin un abrazo, sin un “cuídate colega, pronto volveremos a vernos”, diez años de amistad y ni siquiera sabíamos qué decir.

Sus fotos recientes, además, se alejan mucho del aspecto que ha solido lucir habitualmente, el pelo rapado ha sustituido a su pronunciado flequillo que se peinaba hacia bajo; y la barba, a la cual nos tenía acostumbrado, ya no habita en su cara. Se marcha como última salida, cansado de una vida que pasaba sin pena ni glorias, donde cada día era idéntico al anterior. Atrapado en el tiempo, en una ciudad dormida y con ilusiones muy vagas, recordando aquel “Día de la marmota”.

En cada tienda de Cádiz había depositado su currículo, ansioso con abrir esa puerta que facilitara su futuro, y que le diera un respiro económico para conseguir los carnets de conducir que deseaba. Entre su pos para quedarse se encontraba un sobrino recién nacido, que le había despertado un cariñoso instinto paternal, también su novia. Así como unos amigos que siempre han dependido de él, pues es el pilar básico de una pandilla que lucha por seguir unida.

Los lunes, curiosamente, era el único día que no estaba al sol. Los pasaba descargando los barcos del puerto, pesadas cajas que le reportaban un suspiro en su cuenta bancaria. Insuficiente sin duda, pero muy necesario. El Bachillerato que tanto le costó finalizar -por pereza más que por ignorancia- no aportó más opciones a su camino, tampoco el grado superior de diseños de interiores, ya que la crisis inmobiliaria le dejaba un camino de rosas al paro depredador que se ciñe sobre los jóvenes.

“Ministerio de Defensa”, lucía un folleto que recogió y miraba con interés. La persona más pacífica del mundo enrolado en las Fuerzas Armadas, curiosos -sin duda- los caprichos del destino. Con decisión optó por un mundo no hecho a su medida, pero que podía sobrepasar para llegar a su meta. Una alternativa que le lleva hasta Galicia, en la otra punta de la Península, siendo Juan una cifra más del porcentaje de chavales que en Cádiz sólo les queda emigrar.

De nuevo le faltó la sonrisa a esta ciudad, una vez más su lema era inoportuno. No eran risas lo que lucían nuestros rostros mientras preparaba su equipaje, y sí rabia, pues con él se iba una mitad de nosotros. Camino del Puente Carranza, rodeado de mar por ambas lados, echaba la vista atrás. Él que siempre afirmó que en Cádiz es donde mejor se vive tendría la desdicha de comprobar lo que dijo.

1 comentario:

  1. Muy buena frase esa ultima david , y bueno el escrito tambien ,es lo que nos toca mas temprano que tarde a la gran mayoria que aspira a algo mas o mejor dicho a algo...Manda co...
    Cao ;)

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