domingo, 10 de enero de 2010

Vagas ilusiones


A las siete suena el despertador de un viernes lluvioso. Sus preocupaciones vuelan por unos minutos, pues los nervios le avisan de que se acerca el domingo, día clave de la semana. Desayuna e introduce en su carpeta varios currículos, hoy -al menos- tiene una entrevista de trabajo.
De camino a la parada del autobús se detiene en el quiosco para comprar el periódico, compartiendo con José, propietario del negocio, los “buenos días”.
Inquietante ojea las primeras páginas de la sección de local. Un intento que, finalmente, considera imposible, devorando rápidamente cada línea del apartado de deportes. “Esta semana tenemos que llevarnos los tres puntos”, piensa mientras mira con preocupación la tabla clasificatoria.
Sus estudios poco le valieron. Por ello, se afana a cualquier puesto de trabajo, aunque dicha labor se encuentre en un sector muy lejano al de su verdadera vocación.
Sin percatarse del transcurso del tiempo llega a su destino. Allí es analizado por el encargado de un comercio, el cual borra con un “ya te llamaremos” las pocas ilusiones que tenía por quedarse con el puesto. De vuelta a casa, cabizbajo, deposita sin ganas en varios sitios su currículo, planteándose si verdaderamente quiere terminar en cualquiera de aquellos lugares.
Sus sueños profesionales hace mucho que se esfumaron, se cansó de llamar a una puerta que nunca se abría. Mientras su equipo, aquel que acompañó desde pequeño, cubre las vagas expectativas que le quedan en la vida.
El resto del día transcurre igual que comenzó, buscando un empleo y conversando en la plaza, su casa o el bar, sobre los contratiempos que tiene esta semana el conjunto de camiseta amarilla.
El sábado siempre lo pasa con su familia. Jugando con los sobrinos y paseando con sus padres. El monotema lo comparte con unos hermanos, que si bien no llevan hasta su extremo la pasión por el equipo de la ciudad, comparten el sentimiento hacia la bandera cadista. Tarde pegada a la radio, o leyendo un libro, dan por terminada las últimas horas antes del día que siempre aparece marcado con rojo en los calendarios.
El domingo, en cambio, es otra historia. Las piernas le tiemblan desde que se levanta de la cama y su preocupación por el trabajo queda, por fin, relegado al más profundo de los olvidos. Tras echarse cualquier cosa a la boca se coloca su bufanda para marcharse hacia el estadio con el tiempo justo. Él no quiere previa, sólo ama el fútbol. Un carranza lleno, a pesar de la situación del Cádiz, le recuerda que no está sólo en esta empresa, en este compromiso que adquirió sin darse cuenta.
Los goles van llegando –no del lado que quisiera- y el submarino amarillo, muy cercano al abismo, sale derrotado –una vez más- de su feudo. De vuelta a casa su rabia se convierte en desilusión. Prometiéndose que “ya no más”, que se acabo su eterna pasión por esos colores, y que a partir de ahora sólo se preocupará por lo verdaderamente importante, dando por hecho que el Cádiz no lo es para él.
A la mañana siguiente suena el despertador de nuevo a las siete. Introduce sus currículos en la carpeta y marcha con desazón hacia la calle. Saluda nuevamente a José, comprando el periódico para leerlo en el autobús. Y a pesar de sus promesas, y aún sintiéndose dolido, su lectura comienza por la sección de deportes.

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