viernes, 15 de enero de 2010

La tienda de la esquina


Dice mi padre que ya no es rentable. Que no compensa levantarse a las siete de la mañana y llevarse todo el día luchando con clientes, seguro, La Junta y sus trabajadores -que son mis hermanos-.
Que a su edad, que no son pocos sesenta y largos, ya bien merece un descano. Y la verdad es: que no le falta razón.
Dice mi padre que ya no aguanta más, que está cansado. Que lleva currando desde chiquillo y ya no tiene más fuerza. Que si otras crisis pasaron de largo, esta –en cambio- vino para quedarse. Y la verdad es: que no le falta razón.
Dice mi padre que si no aprovecha ahora ¿cuándo lo va a hacer? Que tiene once nietos y una mujer que bien merecen su tiempo. Una señora que siempre estuvo a su lado, apoyándole sin pedir nada a cambio y que ahora le toca a él devolvérselo. La verdad, no le falta razón.
Dice mi padre que se jubila. Que cierra la tienda. Aquel taller de electricidad que abrió cuando yo ni había nacido y que le sirvió para criar a seis niños, pero que ahora –al parecer- poco compensa tenerla abierta. La verdad, no le falta razón.
Y ¿cómo va a faltarle? Si la tiene. Lleva más de cuarenta años cotizando y le va a quedar una pensión que supera por muy poco los 600 euros.
Un trabajo poco reconocido a alguien –mi padre- que emprendió un proyecto con escasos recursos.
Dice mi padre que él –por lo menos- tuvo la suerte de que le saliera bien. Que ha podido ahorrar durante todos estos años, pero otros -que también probaron suerte- no han tenido el mismo destino.
“¡Qué la cosa está fatal!”, dice mi padre, que si sigue al pie del cañón no es por él, sino por nosotros –sus hijos-, pero que en cuanto yo acabe la carrera, pega el cerrojazo. La verdad, no le falta razón.
Dice mi padre que quiere cumplir sus sueños, y que estos son “muy sencillitos”. Pasear con mi madre en verano por la playa, y luego tomar una tapita en cualquier bar. Que si luego ella quiere ir a ver a los chicos, pues que él le acompaña.
Dice mi padre que “ya está bien tantas preocupaciones”. Que no se le quita el dolor de la espalda y que cada vez está peor de la vista de tanto forzarla. Que este invierno ha hecho mucho frío y que no tiene ganas de andar todas las mañanas hasta la calle Sagasta. La verdad es que a mi padre, no le falta razón.
Y por mucha razón que tenga mi padre, y por más que repita lo que digo, aquel taller que hace esquina en Sagasta aún no ha cerrado ni un día. Supongo que esa fama inmerecida que tienen los gaditanos de flojos será porque a mi padre, desde luego, no lo han conocido.

1 comentario:

  1. ta repetio un poko tu no??jejejejejeje q responsabilida yeva a cuesta!! termina la carrera pa q tu padre pueda tomarse sus tapita ome....y busca un curro!! jejejejeje

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